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En el tranquilo pueblo de Galletavilla, donde el aroma de las galletas recién horneadas llenaba el aire todos los días, ocurrió algo muy extraño: ¡las galletas de la panadería de Doña Galletina comenzaron a desaparecer! La detective Paula Pistacho y su fiel compañero, el perro Lupo, fueron llamados para resolver el misterio. Una mañana, Paula y Lupo llegaron a la panadería y preguntaron a Doña Galletina por los detalles. ‘Cada mañana, cuando abro la tienda’, explicó Doña Galletina, ‘descubro que algunas de las galletas más deliciosas han desaparecido sin dejar rastro’. Paula miró a su alrededor, buscando pistas. Lupo, con su olfato súper desarrollado, comenzó a olfatear cada rincón de la panadería. De repente, Lupo comenzó a ladrar y corrió hacia un rincón donde encontró unas migajas de galleta que llevaban hacia el sótano. Siguiendo el rastro, encontraron una pequeña puerta secreta detrás de un estante de harina. Con cuidado, Paula abrió la puerta secreta y, para su sorpresa, encontraron a un pequeño grupo de ratoncitos con sombreros de detective y lupas en las patas ¡Ellos también eran detectives! Estaban investigando un caso sobre el misterio de las migajas infinitas que aparecían en su hogar. Paula y los ratoncitos decidieron trabajar juntos y descubrieron que el verdadero ‘culpable’ era el gato de Doña Galletina, que por las noches se colaba en la panadería y jugaba con las galletas, dejando un camino de migajas hacia el sótano. Doña Galletina, aliviada de que el misterio se había resuelto, decidió hacer una nueva variedad de galletas en honor a la detective Paula, a Lupo, y a los pequeños ratoncitos detectives. Y así, la paz y las galletas volvieron a Galletavilla, y todos aprendieron que a veces los misterios pueden ser resueltos con la colaboración de amigos inesperados.
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